¿Por Qué Tenemos la Certeza de No Pecar en el Cielo?
El Pacto Nuevo y el Compromiso de Dios
La Biblia nos asegura que el pecado de Edén no se repetirá en el cielo. Esto se debe a que Dios ha establecido un nuevo pacto con aquellos que ponen su fe en la obra redentora de Cristo. En este pacto, Dios se compromete a no permitir que nada nos aparte de nuestra vida eterna.
El profeta Jeremías escribe: "Haré un nuevo pacto con la casa de Israel y la casa de Judá... Pondré mi ley dentro de ellos, y sobre sus corazones la escribiré; y seré su Dios, y ellos serán mi pueblo... Porque perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado" (Jeremías 31:31-34).
El Poder Preservador de Dios
Además del compromiso de Dios de mantenernos, también nos da su Espíritu Santo, que nos capacita para vivir en santidad. En el libro de Judas, encontramos una hermosa expresión de este poder preservador: "Al único y sabio Dios, nuestro Salvador, sea gloria y majestad, imperio y poder, ahora y por todos los siglos. Amén" (Judas 24-25).
La Intercesión de Cristo
También tenemos la intercesión de Jesucristo en el cielo. Él vive para siempre para interceder por nosotros ante el Padre, asegurándose de que nuestra fe no falle. Incluso en medio de las pruebas y tentaciones, Jesús está constantemente orando por nosotros.
Como afirma la Biblia: "Por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos" (Hebreos 7:25).
Gracias a la sangre derramada de Cristo, al nuevo pacto y al poder preservador de Dios, podemos estar seguros de que no pecaremos en el cielo. Dios nos ha sellado con su Espíritu y nos ha dado la victoria sobre el pecado. Viviremos para siempre en su presencia, libres de la tentación y el mal.
¿Por qué podemos tener la seguridad de que no pecaremos en el cielo?
Respuesta:
La seguridad de que no pecaremos en el cielo se basa en:
- El nuevo pacto sellado por la sangre de Cristo, que nos garantiza la vida eterna y el compromiso de Dios de protegernos del pecado (Jeremías 31:31-34; Ezequiel 11:19-20; 36:26-27).
- El poder protector de Dios, que nos impide apartarnos de él (Jeremías 32:40).
- La intercesión continua de Cristo en el cielo, quien ora para que nuestra fe no falle (Lucas 22:31-32; Hebreos 7:25).
- Nuestra transformación completa al llegar a la gloria, cuando seremos completamente conformes a Cristo (1 Juan 3:2).