¿Por qué Dios parece estar callado?

Cuando Dios dice que sus caminos no son nuestros caminos, lo dice en serio (Isaías 55:8). A veces experimentamos momentos en los que él irrumpe en nuestras vidas con gran poder, respondiendo nuestras oraciones y fortaleciendo nuestra fe. Pero luego hay temporadas en las que el caos parece invadir nuestras vidas y el mundo, dejándonos destrozados.

O tal vez la oscuridad nos envuelve o un viento árido sopla a través de nuestro paisaje espiritual, agrietando y secando el alma. Clamamos a Dios en nuestra angustiada confusión, pero él parece estar callado, ausente.

El silencio de Dios: una experiencia humana

Los santos de Dios, si se les permite vivir lo suficiente, son guiados hacia el desorientado y solitario desierto. En medio de él, lamentamos. Y como los lamentos a menudo se expresan mejor cantando, son los poetas y compositores quienes más nos ayudan.

Job: "Yo clamo a ti, y no me respondes; te presento mis súplicas, pero no las escuchas" (Job 30:20).

Rey David: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? ¿Por qué estás tan lejos de mi clamor, de las palabras de mi quejido? Dios mío, clamo de día, pero no respondes; de noche, pero no alcanzo reposo" (Salmo 22:1-2).

Más allá de las percepciones

Los ateos pueden argumentar que Dios parece estar callado porque está ausente. Creer en el ateísmo es como creer en una tierra plana. Desde nuestra perspectiva, puede que no parezca que Dios esté presente. Pero si miramos más allá de nuestras percepciones, vemos que la existencia misma es una prueba de Dios (Romanos 1:20).

Lo que experimentamos como la ausencia de Dios es fenomenológico, una percepción subjetiva. Al igual que podemos percibir el mundo como plano mientras estamos sobre una bola giratoria, podemos percibir a Dios como ausente aunque "en él vivimos, nos movemos y existimos" (Hechos 17:28).

El propósito del silencio

Pero ¿por qué se siente así? ¿Por qué el silencio percibido? ¿Por qué parece que Dios está jugando a ser difícil de alcanzar o que simplemente nos mira mientras clamamos a él por ayuda?

No podemos entender todos los misterios de esta experiencia. Pero hay indicios de un propósito más profundo:

  • El deseo: La privación despierta el deseo. La ausencia intensifica el anhelo. Y cuanto mayor sea el anhelo, mayor será la satisfacción. Los que lloran conocerán el gozo del consuelo (Mateo 5:4). Los hambrientos y sedientos serán saciados (Mateo 5:6). El anhelo nos hace pedir, el vacío nos hace buscar, el silencio nos hace llamar (Lucas 11:9).
  • El desierto: La privación es parte del diseño de esta era. Vivimos principalmente en un tiempo de anticipación, no de satisfacción. El silencio, la ausencia, es fenomenológica, es una sensación, no una realidad. No estamos solos. Dios está con nosotros (Salmo 23:4). Y nos habla constantemente a través del don inestimable de su palabra objetiva.

Así que anhelamos a Dios y pedimos más de él. Pero ¿qué obtenemos? Nos sentimos atrapados en un desierto, abandonados. No desesperes. El desierto despierta y sostiene el deseo. Es el desierto el que nos atrae al Pozo del mundo venidero.

¿Qué podemos aprender de los momentos en que Dios parece ausente?

Los períodos de silencio percibido de Dios pueden ayudarnos a comprender:

  • El poder de la privación: La ausencia puede intensificar el deseo, lo que lleva a una mayor satisfacción en última instancia.
  • La naturaleza de la anticipación: Vivimos en una época de esperanza, no de gratificación instantánea.
  • La importancia de la fe: La confianza en las promesas de Dios es más confiable que las percepciones cambiantes.
  • El papel del desierto: Los desafíos pueden desilusionarnos del mundo y acercarnos a Dios.
  • La belleza de la Palabra de Dios: Proporciona guía objetiva y constante en tiempos de incertidumbre emocional.
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