¿Por qué amar a Dios y al mundo es incompatible?

El amor a Dios excluye el amor al mundo

Juan afirma que si amamos al mundo, no podemos amar a Dios porque "todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos y el orgullo de la vida, no procede del Padre sino del mundo" (1 Juan 2:16). Esto significa que las cosas que el mundo ofrece, como el placer, la riqueza y el poder, no son de Dios sino que nos alejan de la verdadera fuente de amor y felicidad.

El mundo y sus placeres son pasajeros

Además, Juan advierte que el mundo y sus placeres son temporales: "El mundo pasa, y también sus deseos" (1 Juan 2:17a). Buscamos satisfacción en cosas que son efímeras y que en última instancia no pueden satisfacer nuestros corazones. En cambio, cuando amamos a Dios, encontramos una fuente de amor y propósito que es eterna.

Vivir según la voluntad de Dios conduce a la vida eterna

En contraste, Juan afirma que "el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre" (1 Juan 2:17b). Vivir según la voluntad de Dios, que incluye amar a Dios y a nuestro prójimo, conduce a la vida eterna. Cuando nos enfocamos en amar lo que Dios ama y hacemos lo que agrada a Dios, estamos construyendo una base firme para nuestra vida y nuestro futuro.

En resumen, no podemos amar tanto a Dios como al mundo porque las cosas del mundo son incompatibles con el carácter de Dios. El mundo y sus placeres son pasajeros y no pueden satisfacer nuestros corazones. En cambio, cuando amamos a Dios y vivimos según su voluntad, encontramos una fuente duradera de amor, propósito y vida eterna.

¿Cuál es el mandamiento principal del texto?

No amar al mundo ni a las cosas que hay en él.

¿Qué consecuencias tiene amar al mundo?

Impide el amor al Padre.

¿Cuáles son las tres características que definen al mundo que no debemos amar?

Lujuria de la carne, lujuria de los ojos y orgullo de la vida.

¿Cómo podemos diferenciar entre los deseos legítimos y los que debemos evitar?

Debemos desear las cosas solo por el bien de Dios y con el propósito de amarlo.

¿Qué debemos hacer si descubrimos que amamos demasiado al mundo?

Arrependirnos y buscar a Dios con todo nuestro corazón, dejando de lado cualquier deseo que no esté relacionado con Él.

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