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Lucas 1:48: La humildad de María ante la gracia de Dios

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La bendita entre todas las mujeres

Lucas 1:48 afirma: “Pues ha mirado la humildad de su esclava. Desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada.” Estas palabras, pronunciadas por María después de que el ángel Gabriel le anunciara su embarazo milagroso, revelan la profunda humildad y gratitud de María ante la gracia inmerecida de Dios.

La humildad de María no es una falsa modestia o una postura de inferioridad, sino más bien un reconocimiento de su propia pequeñez en comparación con la grandeza de Dios. Ella se ve a sí misma como una “esclava”, una sierva de Dios, dispuesta a hacer su voluntad.

El favor inmerecido de Dios

María comprende que su selección como madre del Salvador no se debe a ningún mérito o virtud propia. Es puramente por el favor inmerecido de Dios. Ella reconoce que Dios ha “mirado” su humildad, no como una cualidad digna, sino como una vasija vacía dispuesta a ser llenada con la gracia divina.

El término “bienaventurada” en este contexto significa “altamente favorecida” o “bendecida”. El anuncio de María de que todas las generaciones la llamarán bienaventurada no es una declaración de vanagloria, sino una profecía del papel único que desempeñará en la historia de la salvación.

Un ejemplo para los creyentes

La humildad de María es un ejemplo para todos los creyentes. Nos recuerda que no podemos ganar el favor de Dios ni merecer su gracia. La salvación es un don gratuito que debemos recibir con humildad y gratitud.

Así como María se vio a sí misma como una “esclava” de Dios, también debemos vernos a nosotros mismos como sus humildes siervos. Debemos estar dispuestos a hacer su voluntad, incluso cuando no entendamos completamente sus caminos.

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El cumplimiento de las promesas de Dios

La humildad de María también nos recuerda que Dios cumple sus promesas a quienes confían en él. A pesar de su incredulidad inicial, Zacarías y Elisabet vieron el cumplimiento de las palabras del ángel. De la misma manera, María confió en la promesa de Dios de que daría a luz al Salvador, y su fe fue recompensada.

La humildad de María nos enseña que Dios no desprecia a los humildes, sino que los exalta. Cuando nos humillamos ante él, nos exalta en su gracia y nos usa para su gloria.

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