¡Libres en Cristo: Mantente Firme en la Libertad!
La verdadera libertad en Cristo
¡Cristo nos ha liberado verdaderamente! Ahora, es crucial que nos mantengamos libres, alejados de las ataduras de la esclavitud legalista. Si confiamos en la circuncisión para justificarnos ante Dios, entonces Cristo pierde todo su valor. Quienes buscan el favor divino mediante la circuncisión deben cumplir rigurosamente toda la Ley de Moisés. Sin embargo, si intentamos justificarnos por la Ley, ¡nos separamos de Cristo y caemos de la gracia de Dios!
Vivir por el Espíritu
Quienes viven por el Espíritu esperan ansiosamente recibir por fe la justicia prometida por Dios. Pues en Cristo Jesús, ni la circuncisión ni la incircuncisión tienen importancia; lo que importa es la fe que se expresa en el amor. Estábamos avanzando bien, ¿quién nos ha impedido seguir la verdad? No es obra de Dios, quien nos llamó a la libertad.
La falsa enseñanza y sus consecuencias
Esta falsa enseñanza es como un poco de levadura que corrompe toda la masa. Confiamos en que el Señor nos preservará de las falsas doctrinas. Dios juzgará a quienquiera que haya causado confusión. Si aún estuviera predicando la circuncisión, como algunos afirman, ¿por qué seguiría siendo perseguido? Si ya no predicara la salvación por la cruz de Cristo, nadie se ofendería. Incluso desearía que quienes promueven la circuncisión se mutilaran a sí mismos.
La libertad en el amor
Estamos llamados a vivir en libertad, pero no para satisfacer los deseos pecaminosos. Debemos usar nuestra libertad para servirnos unos a otros en amor. Toda la Ley se resume en este mandamiento: "Ama a tu prójimo como a ti mismo". Sin embargo, si nos mordemos y devoramos unos a otros, ¡cuidado! Podríamos terminar destruyéndonos mutuamente.
Los frutos del Espíritu y las obras de la carne
Dejemos que el Espíritu Santo dirija nuestras vidas. Así, no haremos lo que nuestra naturaleza pecaminosa anhela. La naturaleza pecaminosa desea el mal, lo contrario de lo que el Espíritu desea. Y el Espíritu anhela lo opuesto a lo que la naturaleza pecaminosa desea. Estas dos fuerzas están en constante conflicto, impidiéndonos cumplir nuestros buenos propósitos. Pero cuando somos guiados por el Espíritu, no estamos obligados a la Ley de Moisés.
Cuando seguimos los deseos de nuestra naturaleza pecaminosa, los resultados son evidentes: inmoralidad sexual, impureza, lascivia, idolatría, hechicería, enemistad, contiendas, celos, arrebatos de ira, ambición egoísta, discordia, división, envidia, borracheras, orgías y otros pecados similares. Como hemos advertido antes, quienes practican tales cosas no heredarán el Reino de Dios.
En cambio, el Espíritu Santo produce estos frutos en nuestras vidas: amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre y dominio propio. ¡Contra tales cosas no hay ley! Quienes pertenecen a Cristo Jesús han crucificado las pasiones y deseos de su naturaleza pecaminosa. Puesto que vivimos por el Espíritu, sigamos su dirección en cada aspecto de nuestras vidas. No nos volvamos arrogantes, ni provoquemos ni tengamos envidia unos de otros.
Preguntas frecuentes
¿Por qué es importante mantenerse en libertad en Cristo?
Porque si volvemos a la esclavitud de la ley, perdemos los beneficios de la gracia de Cristo (v. 1-3).
¿Qué sucede si trato de justificarme por la circuncisión?
Me desconecto de Cristo y caigo de la gracia (v. 2-4).
¿Qué es esencial para la justificación?
Fe que se manifiesta en amor (v. 6).
¿Por qué debemos seguir al Espíritu Santo?
Porque nos guía a vivir en contra de los deseos de nuestra naturaleza pecaminosa (v. 16-18).
¿Cuáles son las consecuencias de seguir los deseos de nuestra naturaleza pecaminosa?
Pecados como inmoralidad sexual, idolatría, enemistad y embriaguez, que nos impiden heredar el reino de Dios (v. 19-21).
¿Qué produce el Espíritu Santo en nuestras vidas?
Frutos como amor, alegría, paz, paciencia y autocontrol (v. 22-23).
¿Cómo debemos vivir como seguidores de Cristo?
Crucificando nuestros deseos pecaminosos, siguiendo la guía del Espíritu y evitando la arrogancia, la provocación y la envidia (v. 24-26).