¡Herederos y coherederos en Cristo!

La promesa de una herencia espectacular

Como hijos de Dios, tenemos la espectacular promesa de ser sus herederos. Esta herencia es nada más y nada menos que el universo y todo lo que contiene. Sin embargo, esta promesa también conlleva una verdad inquietante: debemos sufrir para recibirla.

El testimonio del Espíritu de que somos hijos de Dios

¿Cómo sabemos que somos hijos de Dios? El Espíritu Santo testifica junto con nuestro espíritu. Él nos guía a vencer el pecado y nos hace clamar "¡Abba, Padre!"

La herencia prometida

Nuestra herencia incluye:

  • El mundo: Herederemos la tierra y todo lo que hay en ella.
  • Dios mismo: El mayor tesoro de nuestra herencia es Dios mismo. Él será nuestra porción y recompensa final.
  • Cuerpos glorificados: Tendremos nuevos cuerpos capaces de disfrutar plenamente a Dios y sus dones.

Sufrir con Cristo para ser glorificados con Él

Para recibir esta gloria, debemos sufrir con Cristo. Las tribulaciones nos ayudan a desarrollar la perseverancia en la fe. Nos alejan de los placeres mundanos y nos hacen confiar más en Dios.

Una perspectiva sobre el sufrimiento

Cuando recordemos nuestra herencia, los sufrimientos de esta vida parecerán insignificantes en comparación. Son como un pequeño contratiempo en un viaje hacia una gran fortuna.

Preguntas Frecuentes

¿Cómo podemos saber que somos hijos de Dios?

  • El Espíritu Santo testifica con nuestro espíritu que somos hijos de Dios.
  • Nos guía a matar los actos del cuerpo y nos da el clamor "¡Abba, Padre!".

¿Qué entendemos por herencia como hijos de Dios?

  • El mundo y todo lo que contiene.
  • Dios mismo como nuestra porción final y última.
  • Cuerpos redimidos y glorificados que pueden disfrutar plenamente de Dios y sus dones.
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¿Por qué debemos sufrir con Cristo para ser glorificados con Él?

  • El sufrimiento produce perseverancia en la fe al hacernos depender de Dios.
  • Nos mantiene alejados del amor excesivo por este mundo y nos hace confiar en Dios, quien resucita a los muertos.

¿Debemos quejarnos por las pruebas y dificultades?

  • No, porque son una gran misericordia que nos impide idolatrar al mundo y nos hace confiar en Dios.

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