Descubriendo tu llamado ministerial
Origen del llamado
La búsqueda del llamado ministerial suele plantear interrogantes sobre su origen: ¿es interno o externo? ¿Surge de un impulso personal o de una dirección externa?
La Escritura afirma que Dios es el otorgante de los ministerios (Colosenses 4:17), no un hallazgo casual. Él nos "arroja" a ellos, por así decirlo.
Experiencias del llamado
Para comprender cómo Dios guía a las personas hacia sus ministerios, es fundamental examinar las experiencias típicas que acompañan este proceso:
1. Deseo ardiente
Un deseo persistente se enciende en el corazón, como le sucedió a Pablo (1 Timoteo 3:1). Este anhelo es profundo, incansable y supera los obstáculos.
2. Aptitudes y dones
Dios equipa a las personas con habilidades y dones específicos para el ministerio. Estos dones se manifiestan en la capacidad de ayudar espiritualmente a otros, lo cual es reconocido por la comunidad de creyentes.
3. Estímulo externo
A menudo, otras personas brindan un estímulo específico, como el llamado de Pablo a Timoteo (Hechos 16:3). Este estímulo externo puede ser una providencia del Señor que ayuda a las personas a superar sus dudas.
4. Confianza en el favor divino
En los momentos de mayor consagración y entrega espiritual, las personas experimentan un sentido de favor y guía divinos. Cuando menos mundanos y más humildes somos, más claramente percibimos la dirección de Dios hacia el ministerio.
Si bien las experiencias personales guían hacia el ministerio, la mano oculta de Dios es la que finalmente nos coloca en nuestro lugar designado. Al responder a estos indicios, las personas descubren y cumplen sus llamados ministeriales, contribuyendo al cuerpo de Cristo.
Preguntas frecuentes sobre el llamado al ministerio
¿Cómo puedo encontrar mi llamado al ministerio?
El llamado viene de Dios y no es algo que encontremos por nuestra cuenta. Él nos otorga ministerios y nos guía hacia ellos.
¿Cómo experimentamos el llamado de Dios?
- Surge un deseo inquebrantable en nuestro corazón por el ministerio.
- Poseemos habilidades y dones que nos hacen aptos para el ministerio, confirmados por la comunidad de creyentes.
- Recibimos un estímulo específico de otros para emprender un ministerio particular.
- En nuestros momentos más espirituales y consagrados, sentimos la guía y el favor de Dios para el ministerio.